Este poeta que traigo aquí hoy me vale para dejar atrás la fealdad de la traición, los Pedros y las Cármenes que se piensan más listos que nadie, más leídos aunque el primero tenga pinta de leer más el Marca siguiendo los pasos de su antecesor en el cargo y la segunda es más de Maquiavelo en versión “no, bonita, no”.
Por eso está bien que existan sergiofrancos en este mundo. Porque si no existieran, sólo el anacoretismo o la carrera de austronautas nos quedaría como opción. Y es que necesitamos rodearnos de buena gente para que el egoísmo, la maldad, la falta de virtud y de honestidad no se nos pegue como la sarna a la piel. Y mucho más difícil que desembarazarnos de la sarna es quitarnos las capas de umano, troppo umano que se nos pega por mezclarnos con esta cantidad ingente de hombres y mujeres grises que pueblan las ciudades e ídems dando lugar, además, a algo tan peligroso como pensar que lo normal es pisotear, destruir, destrozar a todo aquel que no nos sirva y utilizar a todo aquel que sí nos sirva hasta que ya no nos valga y entonces lo tiremos a la basura.
No puedo pensar en nadie más distinto a todo eso (salvo, tal vez, mi Tita Loli) que Sergio Franco. Hace ya mucho tiempo que no le trato, pero le traté mucho hace una década y aprendí mucho de él. O tal vez no aprendí, pero quisiera haber aprendido. Que no es lo mismo.
Le he contado muchas veces a Sergio la primera vez que le vi y oí recitar aunque no creo que se acuerde porque nunca parecía prestarle mucha atención a aquella historia. Fue en Málaga, ciudad que nos vio nacer a ambos si es que estaba despierta cuando ocurrieron ambas llegadas, en el año 1997 (el recital, no los nacimientos), año arriba, año abajo. En Ollerías, 41, un pequeño bloque okupado con un local en sus bajos donde se hacían reuniones, recitales, alguna fiestecilla… En cualquier caso, su majestad Johnny Bourbon iba a inaugurar un chupi edificio que quedaba justo enfrente y no iba a permitir las instituciones de nuestra amada patria que tal insigne señor pasara cerca de un centro social okupado por lo que el desalojo estaba cantado y se cantó a golpe de antidisturbios. Pero eso es otra historia, tal vez para otra entrada. La cuestión es que recitó allí, creo que el mismo día que lo hizo toda una Premio Nacional de Poesía, Chantal Maillard. Curiosamente, yo me fijé más en Sergio, en toda la soltura que demostraba para su edad (era un año o dos mayor que yo) y como se hizo con aquel local en el que dos o tres docenas de personas oíamos poesía como si nos importara porque, de hecho, nos importaba. Al menos, a mí que poco después empecé la andadura de anch’io sono pittore. Y es que tiene la poesía un encanto que no tiene ningún género literario saludable. Es el encanto que se siente por aquello que nos llena cuando nadie entiende por qué nos llena. Es el amor por el bitter kas, cuando todos te miran como sospechoso de algo al pedirlo. Es la cultura del freak que apuesta por el caballo perdedor porque va a encontrar más placer animando a ese caballo que va a perder que apostando por el caballo que probablemente ganará.
En estos tiempos de mierda que padecemos, es esperable que nadie entienda por qué podemos amar la poesía y aún menos escribirla. Por eso es doblemente agradable poder traer a este humilde blog, versos nuevos de Sergio que aparecieron en Poemas Contingentes, Ediciones Imperdonables, Málaga, 2017.
¿podría ser usted tan amable
de recoger todas sus teorías
destrenzar una a una las palabras
con las que tan fino ha hilado
la invulnerable trama de sus silogismos
apartar un poco más allá
la firmeza insoportable
de su verdad última
no exhibir tan ufano
la excelente calidad
de sus conceptos hipostasiados
o hacer temblar aquí mismo
la templada solidez de sus conjeturas
podría ser usted tan amable
de hacer mutis en silencio
antes de que nos preguntemos
por la causa primera
que fundamenta su discurso
y sorprendamos que allí
bajo la gravedad
de todo lo que afirma
se ovilla tan solo un impulso
probablemente despreciable
necesariamente patético
podría ser usted tan amable
de ahorrarnos esta tristeza
de descubrir que finalmente
todo todo es mentira?
Me ha gustado mucho este poema. No es “precioso” como dijo un doctorando a un profesor imbécil de la UMA sobre un poema de Jorge Guillén recibiendo de éste poco menos que batido del interior de la niña de El Exorcista (tuve que hacer un Pijus Magnificus al presenciar el bochorno). Los poemas de Sergio Franco no son preciosos ni maldita la gana que lo sean. Son precisos. Pinchan. Se revuelven, como es el caso, contra este ser humano y este relato del fin de lo posible en el que todo vale con tal de conseguir el chaletazo y las vacatas que dejen fotos con regueros de likes. Hay mucha más mala leche en el poema que en el hombre que contiene al poeta. Pero me gustan las dos versiones de Sergio. La del poeta lacerante y la del hombre, “en el buen sentido de la palabra, bueno”.
Yo le pedí a Sergio el poema que me impresionó cuando le vi en Ollerías, 41 y él me manda lo último porque el creador vive de lo último y el receptor del recuerdo y el sobresalto. Así que abusando de su generosidad, cuelgo aquí también aquel poema que oí hace más de dos décadas, en aquel local que ya no existe (gentrifricación y Airbnb, ridículos!) y de un poeta que sólo conocí personalmente más de una década después de aquel día. El poema pertenece a un libro que es de obligado sostenimiento en las estanterías donde tienes tus libros, pero mejor aún si se lee aunque luego las estanterías no lo sostengan. Se llama “El espanto, modo de empleo”, de la editorial Luces de Gálibo.
vosotros
vosotros no lo sabéis
pero os lo podría perdonar todo
vuestro egoísmo implacable
vuestra ignorancia absoluta
vuestra inconstancia al amar
la cobardía de todos vuestros actos
la debilidad con que afrontáis
la desventura o la afectación
con que fingís vuestra estima
devoción o ternura
la mediocridad de vuestros logros
la displicencia de vuestros gestos
el asco que causa vuestra envidia
la lástima que inspiran vuestros sueños
os podría perdonar todo esto
si no os parecierais tanto a mí
FIN
No se me ocurre mejor plan para este asqueroso verano que parapetarte debajo de una sombrilla de esas que venden con una extensión para tumbarte dentro y leer poemas de Sergio Franco (si ves que le aparece una “r” mutante por algún lado es porque si no recuerdo mal su segundo nombre es Roberto) alternando dicho gozo con un baño en las aguas de la playa de La Ballena, término municipal de Rota o, si ello no fuera posible por motivos económico-geográficos, en cualquier otra playa que te quede cerca. Y si no te gusta la playa, como le pasaba al gilipollas que fui hace años, pues ya no será lo mismo, pero lo puedes disfrutar sin playa también.
PD: La imagen destacada está sacada del blog de Sergio: sergiorfranco.blogspot.com